¿Has oído hablar del “polvo institucional”?

¿Te ha sucedido que ya no quieres retozar con tu pareja en la cama, pero sí te provoca buscar a otra persona? ¿O tienes como costumbre tener relaciones fuera de casa, pero con tu pareja tienes un polvito de vez en cuando?

El “débito conyugal” o la sensación de que estás obligado a sostener vida sexual con tu cónyuge, es una percepción equivocada que tienen muchas personas, que comparten su cama con su pareja pero no sus deseos íntimos y sienten que “les toca” tener relaciones sexuales porque es una obligación.

Las relaciones sexuales forman parte del compromiso que una pareja asume cuando se casan porque la sexualidad compartida permite tener los hijos que se desean y construir una intimidad hermosa que refuerza el amor que ambos se expresan. Sin embargo, la rutina y el paso del tiempo van desvaneciendo la pasión fogosa de los primeros años y el aburrimiento empieza a aparecer.

Si los afectados por la monotonía sexual no luchan por mejorar su pobre vida sexual, uno de los dos o ambos, se resignan a tener sexo “porque toca”, “porque existe el peligro de que busque a otra persona” o “para que no se disguste”. Y así viven muchos años en una especie de “polvo institucional” como bien lo llama un querido amigo a esta triste vida sexual matrimonial.

 

¿Por qué una persona se acostumbra al “polvo institucional?

  • Cuando los detalles, los elogios, la ternura y el reconocimiento del otro empiezan a desaparecer, se pierde también el deseo sexual de manera gradual, casi sin que la pareja se dé cuenta. Muchos se quejan porque su pareja sólo busca sexo en las noches mientras que en el día se ha comportado grosera o desatenta.
  • Vivir como islas dentro del hogar va deteriorando la pasión y el deseo por el otro. Llegar a la casa gritando porque no le sirven la comida, renegar todo el tiempo, ser agresivo, son comportamientos que desaniman al más apasionado.
  • La falsa vanidad o egocentrismo de algunas personas les induce a buscar fuera de su casa lo que les falta. Lastimosamente, en nuestra sociedad machista, muchos hombres no hablan con sus parejas para oxigenar su vida íntima sino que recrean su placer sexual en la calle. Esta falsa hombría es reforzada por los comentarios y halagos de sus amigos que comparten las mismas creencias de que “el macho” es aquel que se jacta de ser “el mejor” en camas ajenas y no en la de su pareja.
  • La sumisión, el desconocimiento del derecho al placer y las creencias acerca del deber matrimonial de las mujeres alimentan la creencia de que el sexo es obligatorio. Un gran número de esposas viven una carencia erótica terrible acompañada de frustración, desilusión y desamor, pero no se atreven a hablarlo con sus esposos porque piensan que “esa es la vida que les tocó” y así salvarán su matrimonio.
  • Cuando alguien tiene una disfunción sexual y no busca ayuda profesional, tiende a aceptar las relaciones de manera obligada para que su pareja se satisfaga y así liberarse de sus culpas. Una mujer anorgásmica o que siente dolor en el coito satisface a su marido a pesar de su problema sexual para que él no se disguste y la cambie por otra. Al igual, un hombre con eyaculación precoz o impotencia, se aferrará a tomar por su cuenta toda pastilla que le recomienden pensando que “tiene que cumplirle” a su pareja para que no le ponga los cuernos.

Por último, los prejuicios y mitos sexuales de corte machista llevan a muchos a actuar de la siguiente manera: El “polvo casero” está hecho para cumplir un deber con su cónyuge: limitado, poco creativo y con escaso deseo. Mientras que una deliciosa encamada es el sexo clandestino: con la moza, con el amigo o con la trabajadora sexual.  Esta actitud es mezquina con la pareja porque le corta las posibilidades de disfrute y enriquecimiento a la sexualidad de esa persona que te ama y que despierta a tu lado todos los días.

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